Las Muletas de Kennedy

Manipular los sentimientos del colectivo es más viejo, en materia política, que sentarse agachado. En el supuesto caso de que Hugo Chávez le haya echado mano a ese viejo truco, no nos deberíamos asombrar, sobre todo, tomando en cuenta que el engaño, para estas sabandijas castro-estalinistas, constituye la columna vertebral de su "ideología"… el engaño: ¡y la manipulación!

Joseph Patrick Kennedy, en su empeño por hacer de su hijo, Jack (John Fitzgerald Kennedy), un político capaz de llegar a la Casa Blanca, contrató al irlandés Jimmy Ryan para que lo moldeara.  El sueño de Jack era enseñar historia en Harvard, pero a la muerte de su hermano Joe (el primogénito de la familia Kennedy-Fitzgerald), no le quedó más remedio, para complacer a su padre, que reinventarse como político, algo para lo cual – evidentemente – no había nacido.

En 1943, la lancha torpedera que comandaba Jack durante la II Guerra Mundial  (la PT 109), fue atacada por un destructor japonés, hiriendo de gravedad a quien llegaría a la presidencia de EEUU 18 años más tarde.  Al terminar la guerra, en 1945, John Kennedy estaba total y absolutamente recuperado, aunque las secuelas de aquellas heridas le acompañarían por el resto de sus días.

En 1946, su padre decidió inscribirlo como candidato a diputado al congreso federal, aprovechando que Michael Curley se había retirado para optar por la alcaldía de Boston, dejando libre el curul parlamentario que velaba por los intereses de un circuito eminentemente demócrata, con un alto índice de irlandeses católico, es decir: ¡un tiro al piso!

Aún así, Jack no daba la talla, simplemente: porque no tenía madera para político y no le interesaba ese mundo, razón por la cual iba palo-abajo en las encuestas, superado por un italiano de apellido Russo; pero su padre estaba decidido a colocar un Kennedy en la Casa Blanca. Entonces entró Ryan en el panorama, aquel viejo zorro irlandés que conocía todos los trucos para engañar a los electores, empleando cualquier “técnica”, con tal de lograr objetivos.

Como parte de aquella campaña para congresista, a Jack le tocó hablar ante un grupo de madres que habían perdido uno o más hijos en la guerra.  Jimmy Ryan sabía cómo aconsejar a Jack.  Le ordenó que empleara unas muletas, para que aquellas damas – muchas de las cuales tenían influencia política en el circuito que a los Kennedy les interesaba – vieran en él, en Jack, la imagen de sus desaparecidos hijos.

Los resultados del discurso dieron un giro de 180 grados, cuando el joven Kennedy se dio cuenta de la necesidad de apelar al tema de la muerte para acaparar la atención y, sobre todo, la aceptación de aquellas madres, todavía dolidas por la desgracia de haber perdido a sus hijos.  Como un día dijera Edmund Spenser, aquel poeta inglés contemporáneo de William Shakespeare: “hizo de la muerte, su escalera al cielo”.


La “magia” funciona y funciona todas las veces.  Buscar simpatías mediante la proyección de la imagen de víctima es un “truco” que nunca falla, por eso, cuando ayer estaba viendo – a través de Netflix – la serie “Los Kennedy” (producida por Jamie Paul Rock y dirigida por Jon Cassar), no pude dejar de pensar en cómo los Castro, emulando los consejos que Jimmy Ryan le diera a Jack hace 65 años, pudieron haberle aconsejado al sátrapa que se hiciera pasar por canceroso, tomando en consideración que una de cada diez familias ha vivido o vive, directa o indirectamente, un drama en torno a esta agresiva e implacable enfermedad.

Ya sea a través del más descarado y vil engaño, o exacerbando un mal menor, no podemos negar que la supuesta enfermedad de Chávez ha eclipsado, totalmente, todos los temas de interés nacional.  Nos ha sumido en una eterna reacción defensiva; el sátrapa – una vez más – nos ha escrito el libreto y nos ha puesto a bailar su son, que, en este caso: ¡no puede ser más cubano!

Miami, 7 de julio de 2011
Robert Alonso